viernes, 7 de octubre de 2011
Camino por el filo de una cuerda, haciendo equilibrios para no caer. Un paso delante, dos hacia atrás. Avanzo tres de corrido, retrocedo uno más. Ahora me detengo, extiendo los brazos, me balanceo... Cuidado, estás al borde del abismo, me digo. Sigo adelante, la mirada fija al frente, sin mirar lo que hay debajo de mis pies. El vacío, el vacío me llama desde abajo, lo siento abrazándome, queriendo hacerme suya. Pero yo sigo caminando, un pie delante de otro, pasos cortos a veces, inseguros, imprecisos.
Frente a mí está la meta. Y Ella. Mirándome, ofreciéndome sus brazos abiertos como el premio a la osadía de cruzar el abismo. Porque es un abismo el que nos separa. Y la cuerda tensa, flexible e inestable es el único elemento de unión entre su mundo y el mío. Si pudiera, iría volando hasta sus brazos.
Un paso... Dos, tres más, otro hacia atrás... La miro, la busco, ¿dónde está?
La cuerda se ha hecho más larga, más tensa, más inestable. No sé qué hacer, cómo llegar, cómo seguir. Tampoco puedo retroceder. Demasiado camino recorrido. Y saltar no es una opción. ¿Qué hago?
Dos pasos rápidos, me paro, flexiono las rodillas, continúo temblando en la cuerda floja. Trago saliva antes de proseguir.
Pero ella no está... Cuatro, cinco pasos. Se ha ido. Pierdo el equilibrio. ¿Dónde se ha escondido? Pierdo el pie. No sé hacerlo mejor. No soy equilibrista ni sé volar. Sólo soy una tonta enamorada que quiere alcanzarla para darle lo único que tengo: mi corazón.
Caigo. Caigo en ese abismo que me espera hambriento de almas. Intento aferrarme a la cuerda pero fallo. No hay nada que agarrar. No hay nada que salvar.
Caigo y su imagen aparece en lo alto, con los brazos extendidos hacia mí, un abrazo que creí que iba a ser mío. Está tan lejos ya de mí...
Tomo una bocanada de aire antes de hundirme en la negrura. El abismo me envuelve, me revuelve y me devuelve a otra realidad, ajena, in-soñada.
Una cuerda. Otra. Nadie en el horizonte. El vacío se propaga a mi alrededor. Siempre el vacío, perenne, cauto, expectante.
Avanzo con cuidado. Un paso, dos, tres... Sólo soy una estúpida enamorada que creyó que podría amar y ser amada. Siete, ocho... Retrocedo un paso. Resbalo, me recupero. No me equivoqué. Sé que puedo hacerlo. Avanzo tres pasitos, rápidos, con algo más de seguridad. Sólo tengo que mirar al frente y avanzar. En algún momento, Ella aparecerá. Nueve, flexiono las rodillas y prosigo. En algún momento, aprenderé a volar.
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